dimarts, 16 d’octubre del 2012

Comer sin cerrar la boca

Quan el Gustavo Duch escriu històries com Comer sin cerrar la boca ho fa perquè, tal com diu ell mateix, explicar és una altra forma de caminar. Sap del que parla perquè fa anys que és un expert en temes de sobirania alimentària, i els seus escrits i pensaments els podeu trobar a la seva web: Palabre-ando. Tindrem la sort que el proper dissabte 20 d'Octubre a dos quarts de set, organitzat per Santa Coloma en transició, farà una xerrada a la sala gran del castell titulada "Què ens amaga el que mengem". És una gran oportunitat per aprendre de qui en sap i descobrir que hi ha moltes coses del que mengem que no sabem i hauríem de saber.
Decidir el que un menja o deixa de menjar té implicacions directes en un mateix, però també va més enllà de les conseqüències purament nutritives. Llegint el següent text del Gustavo crec que ho veureu molt clar:

COMER SIN CERRAR LA BOCA. Recetas para una alimentación desobediente
La perca del Nilo, a veces vendida como mero, llega desde el lago Victoria, en el centro de África. Brasil ya es el máximo exportador de pollos; al igual que Chile lo es en el negocio de criar, engordar y repartir salmones por el mundo. Los pepinos de España viajan a Holanda en invierno; en verano hacen la ruta en sentido contrario. Los espárragos de Navarra, sólo se envasan en Navarra una vez aterrizan del Perú o la China. El panga que dan de comer en las escuelas viajó desde Vietnam y el atún enlatado proviene de El Salvador o se le roba a los mares de Somalia.
Los pollos para que engorden rápido no pueden ver el Sol, no salen de sus jaulas. Las gallinas ponedoras para que pongan más huevos padecen de exceso lumínico, y apenas pueden dormir. Los cerdos están tan asardinados que cuando uno estornuda todos se contagian de gripe. A las vacas vegetarianas –durante una temporada loca- se les alimentó con restos de vaca. Ahora se investiga como engordar peces carnívoros con una dieta rica en soja. La soja también alimenta a los coches (agrocombustibles) y con sus desperdicios aún se consiguen raciones de pienso para los cerdos.
Si fuera mentira nos parecería exagerado. Pero así es la alimentación del siglo XXI. Un rarísimo sistema contranatura en manos de muy pocas transnacionales, que ganan dinero a base de arruinar la pequeña agricultura tradicional, de ensuciar y contaminar el planeta, y como vemos –susto tras susto- poniendo en jaque la salud de la población consumidora. Vacas locas, dioxinas, gripes, ecolis… Todas estas enfermedades guardan el mismo patrón: patologías graves de origen bien conocido: la codicia.

Pero hay una alternativa por descubrir y exigir: Una agricultura que garantiza salud para la población consumidora, una economía que sabe evitar el hambre del Sur y  la obesidad de los nortes, una tecnología sujeta voluntariamente a las leyes del medio ambiente, y finalmente un menú en nuestras mesas que es señal de la vuelta de la vida en el medio rural. Es la soberanía alimentaria.



Transformando un proverbio africano se explicaría así: «Mucha gente pequeña, en muchos lugares pequeños, cultivaran pequeños huertos,… que alimentarán al mundo»